jueves, 22 de marzo de 2018

Soleá Morente - Olelorelei - 2018


2 comentarios:

  1. Hace unos días, Soleá Morente subía una imagen en su perfil de Facebook haciendo cuernos con una mano bajo la cual lucía una muñequera con pinchos que le regaló su padre, el maestro Enrique, y que ella define como “su bandera”: “a favor de la evolución, de la traducción de la tradición, de la libertad, del respeto, del Progreso (sic) y absolutamente en contra del corrosivo anquilosamiento que no nos lleva a nada. Ábranse las puertas de la percepción. Viva la escuela de Enrique Morente, quien nos ha enseñado que no hay que tener miedo si antes te has preparado y si de verdad lo sientes”. Una declaración de intenciones perfecta para presentar lo que es su segundo disco en solitario, ‘Ole Lorelei’.
    Ya en ‘Tendrá que haber un camino’ Soleá se mostró como una discípula muy especial de esa escuela intangible formada por su padre y cuyos libros de texto son sus descomunales obras, que van mucho más allá del tan traído y llevado ‘Omega’. La mediana de la familia del cantaor –al contrario que su hermana Estrella, primero, y su hermano Kiki, después, más cercanos a lo ortodoxo– se desmarcaba acercándose a la escena pop rock de su ciudad, Granada, colaborando en la grabación y producción con miembros de Los Planetas, Lagartija Nick (ambas bandas conformaban Los Evangelistas, al frente de los que Soleá cantó, homenajeando a su progenitor), Lori Meyers o Pájaro Jack (“toda Graná”, decía ella), y cantando composiciones de La Bien Querida, Jota o David Rodríguez. Con ello demostraba valentía y personalidad, incluso a pesar del riesgo de ser devorada ocasionalmente por los marcados estilos de todos ellos.
    En ese sentido, ‘Ole Lorelei’ es muy distinto, puesto que es Soleá la que indiscutiblemente impone su sello a todo el conjunto de canciones que, aun tratadas de maneras muy atrevidas, suenan mucho más cohesionadas que en su primer disco en solitario. Buena parte de la culpa es que han sido gestadas por el mismo equipo creativo, un triunvirato formado por Morente, Alonso Díaz de Napoleón Solo (que produce, arregla y comanda la dirección musical) y Lorena Álvarez (con su carrera en un aparente stand-by, aquí co-escribe varias letras, hace coros y palmas al alimón con toda la familia Morente). Así, estamos ante un disco que se aleja del “ambiente indie”, por decirlo de alguna manera, y toma de todo tipo de palos del pasado y del presente con total naturalidad para acotar un espacio genuino y propio.

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  2. Un espacio artístico en el que el pop convive con el flamenco más reconocible y canónico –las alegrías de Morente ‘Grandes locuras’ y el fandango de Vallejo ‘Por tu querer como un niño’ tapan las bocas que menospreciaban su capacidad para interpretar flamenco clásico– con un pop aflamencado o un flamenco popizado o… algo que en realidad no requiere de etiquetas. Porque martinetes (‘La alondra’, con esas guitarras tan Gualberto de su recta final, evoca a aquellos solemnes inicios de conciertos de su padre, del que toma algunas líneas), tangos (‘Amores’, una adaptación a sus modos de ‘Tienes la cara’ del memorable ‘Sacromonte’) o soleares (‘La misa que yo voy’, un cante por Bernarda de Utrera filtrado con Auto-tune) no solo suenan armónicamente sino que articulan la dinámica del álbum y conectan de manera necesaria los cortes que se enmarcan en un formato de canción pop. Repletos, eso sí, de guiños a bulerías y rumbas que consigue ligar como un todo a ‘Ole Lorelei’.
    Y son, para mí de manera evidente, esas canciones compuestas junto a Alonso y Lorena las que brillan y conforman ese espacio único de Soleá, ejemplificado en los temas que ya conocíamos: el que dio origen a esta colaboración, ‘Ya no sólo te veo a ti’ –las semanas han hecho más y más imponente esa colisión entre Las Grecas, Jeanette y el pop actual–, y siguiendo con las igualmente irresistibles ‘Baila conmigo’ –entre otros, Joe Crepúsculo (amigo de Soleá a raíz de sus diversas colaboraciones) sirve esa base bailable– y ‘Olelorelei’, otra maravillosa rumba funk.
    La producción de esta última es especialmente crucial en el álbum. Porque su mismo espíritu convergente –caben aires flamencos, pop, funk, jazz y psicodélicos– impregna también ‘Amores’, la preciosa ‘Anoche me preguntabas’ (un eco lúgubre de ‘Ya no sólo…’) y ‘Por qué será’, con esos dramáticos arreglos de cuerda. Todas ellas hacen aflorar, aun resultando totalmente actual y vigente, el recuerdo de la singular producción que Teo Cardalda (Golpes Bajos, Cómplices) realizó para aquel maravilloso primer y único disco del desaparecido Ray Heredia, adalid de aquella amalgama etiquetada como Nuevo Flamenco, a finales de los 80. Un espíritu abierto que recorre todo este disco, muy centrado en lo personal y lo sentimental: sus letras son otro de los grandes hallazgos del disco que, emulando al sonido del álbum, aúnan clásicismo y contemporaneidad. Su, salvo en contados momentos, acentuado intimismo y cierta querencia a la oscuridad no invitan a pensar que esta pueda ser una obra que llegue fácilmente a un público masivo, pero no será porque no lo merezca o pueda. Como inspira su desarmante verso final (“deseo que pase algo, algo gordo de verdad, y me da igual bueno o malo. Puede que esté pasando ya”), ‘Ole Lorelei’ es muy “gordo” y la emancipación artística de Soleá está pasando ya.

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